miércoles, 14 de septiembre de 2011

Yo, Adán


Yo, Adán,
plantado en esta tierra
virgen,
rodeado de nada,
rodeado de todo.

Yo, el hombre sin infancia,
que no se reconoce
a sí mismo,
a no ser en el barro
de la tierna ribera,
la orilla luminosa
que se funde a lo lejos
en El mismo.

Reconozco a mi padre en ese río
sin orillas,
a mi madre en la bruma
que lo envuelve
cada mañana.

Mi piel tiene el color del barro noble
amasado en la piedra
caliente,
el crisol de sus manos.

El ardor de su aliento me levanta
ampollas de deseo
cada mañana.

Y me siento estar solo,
rodeado de gritos
o pozos de silencio
y espadas
entrecruzadas.

El oscuro torrente
de mi sangre
en el sueño se amansa,
se condensa en perfiles
incomparables,
recreándome.

Sé que alguien me espera,
que este vacío que me envuelve
engendrará una forma cálida
semejante a mí mismo.

Sé que no he de morir.

Yo sé que estás ahí


Y ahora se que estás ahí en lo hondo
de mí consustanciado, claro oscuro y cierto
como en el sueño y más en el incierto
fluir de la conciencia y su trasfondo
En lo hondo de mí y el incesante
fluir de la memoria y el olvido,
de ser lo que no soy (fui), clamo incesantemente.