Ya no soy el muchachito, casi un ángel,
casi ni yo mismo,
cuya existencia justificaba la de las alondras
y cuyas manos florecían cada primavera.
¿Recordáis mi partida o
mi incursión en la aventura?
Pues bien, yo he olvidado ese instante.
Yo he olvidado el sabor de vuestras lágrimas.
Yo lo he olvidado todo.
Sólo recuerdo el tren bajo la lluvia.
El olor de otros hombres que también
habían traicionado su nostalgia,
el chirriar de las ruedas, lejos ya
del Paraíso,
y el paisaje olvidado
que me entregaba el tiempo de la muerte.
Desde entonces, todo pertenece a
la memoria,
mis ojos y mis manos y mi sangre,
mi soledad y mi muerte.
*
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